El debate público ha estado enfocado en definir qué tan legítimo es validar la meritocracia sin ignorar la condición social de dónde proviene. La motivación del debate proviene desde el mismo gobierno que ha impulsado medidas educacionales que consagran la selección como un pilar fundamental en establecimientos de alto rendimiento de carácter público.
Investigaciones han tratado de plasmar este concepto a través la variación de la siguiente pregunta, ¿Cómo es posible qué estudiantes de colegios particulares pagados obtengan el 80% de las gerencias? ¿Será la perpetuación a una clase aristocrática o es más bien meritocracia en su puro sentido?
En un mismo tono, el periodista Daniel Matamala en la columna Pedro, Juan y Diego trata de plasmar esta misma problemática describiendo un cruce de datos entre pruebas SIMCE 2004, PSU 2009 y sueldos 2017 de 75,000 jóvenes. La medición compara solamente dos variables, el puntaje SIMCE en octavo básico versus el sueldo promedio, infiriendo que la primera métrica es predictora de la segunda. Daniel comete el error en pensar que el estudio puede ser usado para plasmar las desigualdades que se viven el sistema escolar, incluso sí estos son datos duros. ¿Por qué no? La conclusión carece de fundamentos dejando de lado una serie de factores que hacen el estudio poco interesante, dado que está compara elementos que entregan inferencias incompletas. La comparación entre jóvenes tiene que ser equivalente, para poder concluir que existe una discriminación de jóvenes de menores recursos a trabajos de mayores remuneraciones y mejores jerarquías. Por ejemplo, si estamos comparando jóvenes que cursaron carreras universitarias versus jóvenes que no lo hicieron claramente existirá una diferencia importante de ingresos y cargos. Además, habrá otros factores que también tienen que ser tomados en cuenta para evaluar la relación entre ellos y el nivel de ingreso. Estos factores podrían ser el nivel de inglés, la capacidad comunicacional, nivel de matemáticas, personalidad, capacidad de negociación entre otros.
Entonces el contraste tiene que ser en base a elementos comparables, siendo la situación económica una de ellas, pero sin dejar de reconocer que las diversas habilidades – heredadas o no – generan diferencias en el ingreso.
En términos más globales, si deseamos analizar la
diferenciación a niveles poblaciones el indicador de la movilidad
intergeneracional de ingresos es una buena herramienta para entender más en profundidad
que está pasando.
¿Qué es la movilidad intergeneracional? Es un indicador económico que demuestra
el avance o estancamiento desde una generación a otra, en niveles económicos.
El indicador entrega un número entre 0 a 1 que significa el porcentaje de la
diferencia del ingreso actual respecto al promedio. Por ejemplo, el ingreso
promedio de Chile en 2017 fue de 554.493
pesos. Si una familia percibe 400.000, la diferencia es de 154.493 pesos, bajo
una elasticidad actual de Chile de 0.5, el movimiento intergeneracional
solamente le estaría heredando en promedio una diferencia bajo el promedio
salarial de 77.247 pesos – sueldo en promedio 477.246.
Según un estudio de la OCDE la elasticidad en Chile del ingreso intergeneracional es de 0.5 o 50%. Javier Núñez reconoce que ha habido una mejora en este indicador, pero argumenta que se encuentra en intervalos altos – entre más alto el indicador, menor es la movilidad. Otros intelectuales tales como Claudio Sapelli argumentan que las diferencias salariales van a ser reducidas en un corto plazo, dado que la diferenciación educacional es cada vez menor entre generaciones más jóvenes.

Elasticidad de la movilidad intergeneracional – Fuente: ocde.org
Tal como se indica en el gráfico Chile podría tener mejores indicadores, estando lejos de los países nórdicos, pero aún así comparable a países como Francia o Austria.
En conclusión, es imposible debatir de que no existe la meritocracia, pero está no se desarrolla en su más puro sentido, es decir las familias son capaces de mejorar sus condiciones sociales a través del paso del tiempo, pero las posiciones de mayor jerarquía corporativa siguen siendo en su mayoría las mismas elites plutocráticas del puñado de colegios privados que la revista Capital indica. Bajo mi opinión personal, creo que a medida que Chile vaya diversificando su matriz económica bajo aumentos productivas, la diversificación también se replicará en posiciones jerárquicas por necesidad. Al día de hoy, muchas industrias poseen una base rentista las cuales ignoran su carácter elitista.